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lunes, 15 de julio de 2013

Proyectos de Muerte

"No quisiera saber nunca lo que he venido diciendo, algo sucede que mientras uno habla suena todo tan natural y si se grabara y se escuchara de nuevo saldría uno huyendo, todo resulta tan exagerado y melodramático, como si la pena de uno fuera única, como si lo que uno intenta explicar fuera novedoso. Pero todos lo vamos diciendo cuando el turno llega. Por otra parte, si no se dice se revienta. Es por eso que sigo con mi misma melodía monotemática y, para mí, terriblemente agobiante. ¿Qué más da que otros hayan dicho mejor y hasta la saciedad lo mismo? Esta es mi pena, la mía ¿comprenden?

La rutina es una piedra pómez que proporciona tersura a cambio de rasparlo todo. ¿Por qué será que la vida siempre acaba por encarcelarse en la rutina? No existe escapatoria posible. Todo se trata de tropezar con las mismas piedras que otros tropezaron, vivir la misma vida que todos viven, morir de la misma manera que mueren todos. 

La vida se me desprende en costras, la quemazón de la vida que se va yendo, que me va dejando despojado, desnudo, desprotegido, desollado, mientras mi vientre se expande con la semilla de la muerte que le crece en su interior. Curioso, el tiempo me transcurre llevándome a pedazos, pero yo sigo creciendo más allá de la razón, más allá, siempre más allá.

Estoy cansado, todo me parece tan tonto, tan absurdo, tan innecesario, tan pesado. El peso del mundo aumenta junto con el mío. Preso en la cama por el plomo del aire, que como un ancla me arrastra al fondo en su caída. Allá afuera corre el tiempo, corre el mundo, mientras el mundo acá se marchita entre las páginas de una historia clínica, que monótonamente aumenta hasta que se termine la dotación a que cada quien tiene derecho, hasta que el patólogo escriba la última página.

Quiero desprenderme todo de memoria para poder ver lo mismo con ojos abiertos o cerrados, para no saber nunca si sueño o estoy despierto, hasta olvidar que una vez las cosas fueron de otra manera. Alguna vez quizá tuve una historia, pero esa historia se ha perdido, se fue borrando como la tinta de un retrato expuesto diariamente al sol. Sí, tuve una historia que se ha muerto detrás de estas cortinas. 

Mi cuerpo me va ganando la batalla, me va sepultando bajo su carga de podredumbre, bajo su carga de líquidos hediondos, bajo su carga de carne perforada. Me pierdo lentamente abrumado por el caos de mis órganos, por la desorganización de mis funciones que han enloquecido. No puedo meterlas en camisa de fuerza, sitiado bajo esta piel maltratada, desgastada como zapato bien caminado.

Los días se me van a tirones y empujones con ansías que se me desbordan, con un cansancio mortal. No sé qué quiero. Quisiera cerrar los ojos y abrirlos de nuevo. Sólo quisiera cerrar los ojos y ya.  Soy alguien que experimenta un intenso dolor en el pecho, en el brazo, alguien a quien la presión de vivir lo aplasta, saber que la vida y la muerte saben a sangre, ya siento el torrente..."
Proyectos de muerte
Aline Pettersson

domingo, 14 de julio de 2013

La muerte antes que la mediocridad

Creo que voy poniéndole demasiadas condiciones a la vida, o vivo sumergida en sueños absurdos o soy exigente con la vida y conmigo misma. O simplemente me convenzo de ello para ocultar y olvidarme de la verdad.

No importa cuántos objetivos me fije o cuan dura y estricta pretenda ser, siempre dejo todo a medias o muy mal hecho y al final sólo me siento insatisfecha, no necesariamente porque crea que no fue perfecto lo que sea que haya realizado, sino porque simplemente no amo lo que hago, no amo lo que soy. Soy una mediocre. Esa es la verdad que intenté insulsamente esconder bajo una apariencia de disciplina y exigencia. Todo es falsedad en mí.

No me siento digna de merecer elogios ni consejos, no los merezco porque siento que van dirigidos a algo que no soy yo, sino a lo que pretendo ser, lo que finjo, además porque percibo la obligación de corresponder con una sonrisa que es falsa, que no me nace. Por otro lado, tampoco me gustan las críticas, me duelen como una estocada porque exponen ante todos mi mediocridad. Siento que dejan al descubierto lo poco provechoso de mi existencia. Es por eso que no estoy hecha para la realidad. El mundo es así y hay que saber sobrellevarlo. Sin embargo me siento superada por todo, soy incapaz de encarar las duras circunstancias inherentes a la vida.

Lo que para otros es sencillo, normal, cotidiano y fácil de solucionar para mí es como un muro impenetrable. Me voy quedando atrás mientras veo cómo todos avanzan, si no es por el mismo camino hallan otro, pero siguen adelante y yo sólo permanezco mirando alrededor consciente de que me quedo sola; es como estar en un mar en el que voy dando manotazos al agua sin ir a ninguna dirección. ¿Qué puedo hacer entonces? No lo sé.

En realidad no hay nada concreto que quiera hacer, algo por lo que me sienta auténtica porque me guste de verdad hacerlo. Intento pensar en lo que más me interesa, lo que me agradaría desempeñar, algo por lo que valga la pena estar aquí, pero...no hay nada...además ya es tarde para mí.

Me pienso demasiado las cosas. No soy espontánea. Ya estoy harta de postergarlo todo y me embarga la decepción y me consume el cansancio...y el miedo. Ese terror de no poder encajar, de ir desorientada, intentando alcanzar a todos, como una niña pequeña intentando atrapar un globo que el viento se lleva y por más que corre nunca logra alcanzarlo. Siempre estaré rezagada o bien, estorbando a todo aquel con quien me tope. No quiero prolongar más esa terrible sensación de estorbar.

Creo que es una ley de la vida, me he supeditado a ello porque es lo que veo: sólo triunfan los que tienen el temple para hacer frente a lo más duro. Yo carezco de todas las cualidades para eso. De modo que si no tengo nada que aportar prefiero la muerte antes que la mediocridad.


lunes, 1 de julio de 2013

El comienzo de una última oportunidad


No seré la primera ni la última en expresar esto...leído hasta el hartazgo en la red. Pero en fin. Soy una más, una de tantos a la que le invade una sensación de vacío. No he podido dormir bien últimamente porque me la paso pensando en que no he empleado el tiempo en nada productivo. Me digo "ah, mañana haré esto, haré aquello, haré lo otro" para que al final, el día se me haya ido en hacer prácticamente nada. Y de nuevo, en la noche, me embarga la angustia de haber desperdiciado un día más. Miro atrás y me doy cuenta, con horror, de la cantidad de horas, días, semanas, meses y años que han pasado y aún sigo sintiéndome incompleta, insatisfecha.


Aquello se convierte en un círculo vicioso: paso las noches en vela reprendiéndome por no hacer algo de provecho, sólo termino enojada y decepcionada de mi misma. ¿Y qué hago entonces? Lloro. Como si hacerlo fuera a solucionarlo todo. Lloro porque no me queda más que reconocer mi debilidad y odiarme por ello. Mi desprecio hacía mí aumenta porque sé que afuera hay muchos otros que quisieran tener lo que yo tengo, quisieran tener salud, aprovecharían sin dudarlo todas las oportunidades que se les presentaran. Y buscando deshacerme de esa sensación de pesar y odio, me propongo una vez más hacer algo al día siguiente. Pero me gana la pereza. De pronto todo lo que sentía en la noche se borra, todo me da igual, no le veo sentido. Sucede que, la verdad, ya no tengo iniciativa, no encuentro motivaciones. ¿Para qué? Todo es lo mismo, todo es una rutina asquerosa.

Pero no me precipito. Acepto darme una oportunidad y acudo a buscar ayuda. Sin embargo, tal cual lo mencioné en la primera entrada, se me dificulta bastante expresar lo que siento, algo me detiene a compartir lo que estoy pasando con la persona que tengo al frente. Una parte de mí dice "¡anda, dilo ya! ni que fuera tan díficil" pero simplemente no acude nada a mi mente, las palabras no salen con la soltura que yo quisiera.

Me invaden la vergüenza y el miedo. Las ideas no me llegan debido a que sólo hay una cosa rondando en mi cabeza: lo que pensará de mí la persona que me escuche. ¿Pensará que soy idiota o que exagero las cosas? Quizás pensará que por lo que paso no es tan malo y yo lo hago ver como algo realmente terrible. Teniendo esas preguntas taladreándome la mente, termino balbuceando mi estado a medias e incluso omitiendo algunos detalles, y me digo por lo bajo "carajo, dilo todo, TODO, ¡no tiene caso si no lo dices tal cual es!".


Para evitar ese desliz y no sentirme tan rídicula, para la próxima vez escribo todo lo que he sentido. Lo repito una y otra vez en mi mente y si surge algo más, lo agrego. También trato de evitar de predisponerme a lo que pueda pensar o decirme la persona que me ayude. De esa manera me siento más tranquila y preparada. Pero igual todo se va al traste. Cada cabeza es un mundo, y mis palabras, mi sentir y mi situación tienen una interpretación completamente diferente. Incluso se aludió a un aspecto de mí que nunca había considerado, que ni siquiera había visto y lejos de hacerme reflexionar, sólo tuve un motivo más por el cual odiarme.


Al final termino hecha un mar de lágrimas. Me dicen que es porque soy muy sensible, que no está mal. Pero yo lo veo como una debilidad, como un escape infame. Veo que el tiempo que empleo en intentar ayudarme es en vano. Termino escuchando lo que cualquier camarada o familiar podría decirme. "Hey, que hoy he visto por la TV cómo sufren ciertas personas que lo han perdido todo...¡y se reponen! entonces ¿por qué tú no podrías?". Ante eso, no digo nada y aunque la tentación de abandonar ronde mi cabeza, prefiero continuar con la ayuda, quizás logre progresar.

Sólo me queda pensar que busco algo a qué aferrarme. Puede que haya algo más para mí allá afuera, pero no sé ni cómo dar con eso. Voy por la vida creyendo que hay un manual que dice qué hacer o qué decir, o cómo actuar en determinadas situaciones. Pero no es así. Y eso me aterra, porque soy consciente de que sólo iré dando tumbos, totalmente extraviada en este mundo, intentando agarrarle el ritmo.

Seguiré sumida en el círculo vicioso de no poder dormir y de no querer cambiar. No quiero mirarme al espejo y ver estupefacta cuánto tiempo dejé pasar sin hacer nada de provecho. Soy un estorbo que se limita a fantasear con dejar una buena impresión en las personas, pero que no hace algo real.

Si fracaso en esta última oportunidad que me doy, prefiero darle fin. Puede que me echen en falta, pero las personas se acostumbran con el tiempo a la ausencia. Mi muerte sólo sería un hueco en la rutina.

Los mártires de internet



Sí. Hoy día los mártires no son solamente consagrados al reino de los cielos, sino al Internet.

Son casos como el de Amanda Todd y el de Jamey Rodemeyer claros ejemplos del poder (mal encaminado) de las redes sociales, las cuales, no siendo suficiente la humillación física y moral en presencia del "acusado" (es decir, en su entorno inmediato), son el medio idóneo para los inquisidores modernos quienes cuentan con la seguridad detrás de un monitor -manteniendo un halo de anonimato-, de desparramar una cantidad abrumadora de comentarios despectivos (ciberbullying) hacia la persona sin que esta los hubiera conocido siquiera. Todo porque es sencillo menospreciar y señalar al que nos parece diferente, al que se equivocó, al que difirió de nuestra opinión.

Y es que hoy día ya no es posible conformarse con juzgar. Ahora resulta atractivo y hasta divertido evidenciar, me imagino yo, porque implica intimidar y sobretodo someter. Sí, de eso mismo se trata: de someter. Después de todo ¿quién se resiste a esa sensación de poder tanto sobre el humillado como sobre aquellos que siempre están dispuestos a apoyar al poderoso y a mostrar bravura cuando nada se arriesga? 

Cuando las víctimas ya no aguantan más, buscan soluciones y una de ellas suele ser el suicidio. Hartos de su situación, están resueltos a acabar con su vida al no ver más opciones, no sin antes exponer su situación: dejan un testimonio en la red de sus experiencias. Y es entonces cuando viene todo el show. El bullying siempre ha estado allí y se propaga aún más con las redes sociales, pero apenas se sabe de la muerte de alguien que fue víctima del mismo, de inmediato se vuelca vertiginosamente la atención al tema. Se hacen investigaciones, se realizan entrevistas, celebridades manifiestan su inquietud y enojo, se da una amplia cobertura hasta en los medios de comunicación internacionales, grupos activistas de Internet lo hacen todo para dar con culpables, el público indignado y dolido comenta que no puede ser, hay que cambiar, hay que apoyar a todos aquellos que son agredidos y humillados. 

Sí...todo mundo exclama: ¡Pobre de Amanda, pobre de Jamey, pobres todos los que sufren de ciberbullying! Sin embargo, lo cierto es que una vez que pasa todo el furor y se calman los ánimos, todos buscan en qué otra cosa pueden enfocar su atención, todos vuelven a sus actividades cotidianas, quizás ya hasta con indiferencia, al fin y al cabo ya se hizo, ya se investigó, ya se entrevistó, ya se dijo, ya se analizaron los posibles factores potenciales que pudieron haber contribuido a la muerte de todas las Amandas y todos los Jamies. Pero el bullying sigue ahí.

¿Que Amanda mostró eso e hizo aquello? ¿Que Jamey prefería tal o cual cosa? ¡Y qué! Estamos tan ocupados, fascinados ridiculizando y señalando los errores de otros, que no nos detenemos a reflexionar y vernos a nosotros mismos, como si nunca fracasáramos y nos mereciéramos el respeto y admiración de otros sólo porque escudamos nuestra mediocridad burlándonos y humillando a quien creemos estúpidamente que está por debajo de nosotros.

Al final, personas como Amanda y Jamey quedan como mártires, en su momento muy recordados casi como una advertencia latente de las consecuencias del bullying. No obstante serán fácilmente desplazados con víctimas venideras que ocuparán su lugar ya no como personas, sino sólo como mensajes que deslumbrarán al mundo, les abrirán los ojos, sus oídos y sus corazones...sólo momentáneamente. 

Es curioso que sólo cuando se está muerto la gente se preste a escuchar. Es risible incluso que ya hasta que el daño está hecho se lamenten, lloren y les remuerda la consciencia. No es mi intención referirme despectivamente de lo que ha ocurrido alrededor de casos como el de Amanda y Jamey, a quienes se les ha conferido más importancia frente a otros casos similares. Hasta páginas hacen en su honor en un afán de mantener su memoria como altares virtuales.

Quisiera decir sinceramente que nuestro pensar y actuar debería ser constante y no efímero sólo porque repentinamente nos encontramos con un vídeo o leemos algún encabezado que nos conmueve e invade el sentimiento. Sería mejor si nos la pensamos dos veces antes de proferir una burla o humillar, un poquito de empatía no nos vendría mal, aunque sea de vez en cuando. Pero esto último suena excesivamente ídilico. De una u otra forma siempre habrá quienes seguirán gozando del poder humillar y habrá otros que tendrán la mala fortuna de ser el blanco de las burlas. And bullying remains. Amen.