Bueno, la entrada lo dice todo. Sucede que últimamente (lo cual vienen a ser unos 2 o 3 años) he venido relegando mi faceta creativa, eso si es que alguna vez la tuve. Me había cansado de forzar, de tratar y tratar una y otra vez algo que no es lo mío. Aún así, mentiría si dijera que no me gana la nostalgia de intentar una vez más, aunque siempre los resultados me estresen por no ser lo esperado o, como siempre, mi indecisión y enfermizo perfeccionismo me lleven a mantenerlos inconclusos. O, lo que es peor, el típico "ese ya se lo he visto a alguien más" oh, carajo, a mí qué me importa, así lo vi en mi cabeza y al demonio con eso.
¿Y qué más puedo decir? Año nuevo, inicio nuevo. He tenido algunas ideas rondando mi cabeza...qué va: ideas que he postergado por pereza, miedo o...qué se yo, últimamente mi mente no puede mantenerse concentrada en algo en concreto. Pero allá voy. Desarrollándolas poco a poco.
Así que me decidí a desempolvar mis materiales y he aquí el primer resultado (después de bastante tiempo), de un dibujo que tracé en la madrugada. Un rato estuve considerando hacerlo durante el día, pero ya me conozco: de sobra sabía que esa idea jamás sería ejecutada de no hacerla ipso-facto y en medio de la noche.
Hay veces que piensas que todo esto no es real.
ResponderEliminarQue es un trampantojo gigante, como una enorme atracción de feria que alguien, en el más completo dominio de sus facultades, ha elaborado para su satisfacción, o lo que pudiera ser peor, para ser contemplado por quien el creador autorizase.
Infinito e ilimitado en las tres clásicas dimensiones. Absolutamente desconocido en las restantes.
Imploras porque haya una dimensión desconocida que te permita salir del laberinto. Suplicas algo desesperado. Aunque vaya en contra de la lógica.
Hay otros individuos que buscan una salida, que aunque indefectiblemente existe, jamás estará a su alcance.
Otros, con distinta dotación genética, se adaptarán a cualquier entorno, incluso hostil, poniendo en práctica su bagaje de especie para hacer como suya una porción minúscula del infinito lugar que les contiene y en la que recrean sus ancestrales instintos, para hacer más cómoda su efímera estancia en las moléculas de tierra que un simple azar les ha asignado.
Pese a todo ni la milmillonésima parte de la superficie que nos acoge ha sido siquiera tropezada por las debilísimas patas de los múltiples habitantes de la misma.
Monstruos de varias mandíbulas comparten espacio y tiempo con pegajosos seres a los que la diversidad ha dotado de más patas de las que sus depredadores puedan arrancar. Otros, con una coraza infinitamente dura son reventados por dentro sin mucho esfuerzo.
Comer y no ser comido es lo importante. Todo es válido si en ello tu vida está en juego.
La única obsesión elemental es sobrevivir. Un segundo. Un minuto. Un día.
La tierra que les sustenta se mueve con los vaivenes del medio que los sostiene, lo que facilita la deglución de la pata de alguno, mientras se destruye el futuro nido donde otros han puesto sus huevos como esperanzas de supervivencia.
Es más: lo más probable que el maléfico niño de los cojones, introdujera todo tipo de animalillos que encontrara en su excursión por el campo, mientras llevaba un frasco bajo el brazo. El mismo tarro que al día siguiente iba a mostrar con orgullo a sus compañeros de clase.
Lo dejó escondido hasta el día siguiente en un rincón del jardín, bajo la escalera de entrada a la casa.
Se lavó las manos como le habían enseñado, cenó en compañía de sus padres y se acostó en la habitación que compartía con sus hermanos.
Mientras le acogían los suaves brazos de Morfeo, un estrepito de vidrios rotos y una voz conocida rasgó el silencio de la noche:
¿Pero quién ha puesto aquí un frasco lleno de bichos?
Un día más… un día menos…