Locations of Site Visitors

sábado, 26 de octubre de 2013

Causa y efecto

"Discúlpame" fue lo que me dijo mi madre entre lágrimas cuando al fin me decidí a expresar lo que pensaba desde hacía bastante tiempo. Le manifesté mi enojo y mi tristeza por la forma en que me había tratado sin temor a represalias. Sí, no lo niego, se lo estaba reprochando. Le estaba exigiendo un porqué a su actitud.

Y ante su cara llorosa cedí. O fingí hacerlo. Porque su disculpa no me hizo sentir mejor, al contrario, me hizo detestarla más. El odio sigue y seguirá allí. ¿De qué vale una disculpa, si no se arrepiente uno de lo que hizo? Porque mi madre, a pesar de haber pedido disculpas, sigue expresando firmemente, sigue totalmente convencida, de que lo que hizo estuvo bien, que estuvo plenamente justificado. Ella insiste: lo hizo para corregirme.

Dice que de no haber sido por esa "rígida educación" no sería lo que soy ahora. Bien, pues no sé lo que ella verá en mí. Yo no veo más que un ser repugnante: una persona siempre insegura de si misma, quejándose de todo, llorando por cualquier nimiedad, temerosa a expresar lo que siente, incapaz de hacer amigos o bien conservarlos, excesivamente indecisa y que reacciona de la misma manera con la que mi madre lo hizo: intolerante y siempre creyendo que en un golpe y en unos insultos estará la solución para sacar lo mejor.

Lo que me enfurece más es que ella se muestre extrañada de mi disgusto. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que cree que yo debería estarle agradecida por lo que hizo en lugar de mostrarme molesta. Y es ahí cuando no puedo más, me dan ganas de gritar con todas mis fuerzas, de arremeter contra todo lo que esté cerca de mí, de decirle que soy así por su causa, que fue ella quien lo provocó todo. Más sin embargo no lo hago. Porque algo en mí me dice que no hay más culpable que yo, que no estoy en posición de reclamar ni de reprochar nada. Y me limito a lo único que sé hacer mejor: llorar. 

Lloro, sintiéndome frustrada, sin saber qué hacer. No le dirijo la palabra a mi madre. Y para desahogarme (o debería decir castigarme), me corto. Y sí, en cierta forma me alivia. Creo que es preferible que me haga daño yo misma en lugar de mostrarme colérica contra los demás. Es idiota pero de alguna manera, dañándome siento que cuando alguien más, voluntaria o involuntariamente, me dañe, ya no dolerá tanto. El odio hacia uno mismo, al menos para mí, puede servir como una especie de coraza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario